Publicado por Pablo Francisco Maurino en enero 21, 2012
Hay una virtud, maravillosa y muy olvidada, que vivió de manera ejemplar san Francisco: la simplicidad. Consiste, entre otras cosas, en dejarse hacer y deshacer por nuestro Señor; en primer lugar, para mostrarle así nuestro amor, nuestra confianza en Él, nuestro abandono; también para ayudarlo a salvar almas, para que Él reine en todos los corazones de los hombres…
Es ponerse a su disposición: salud o enfermedad, más o menos fervor en la oración, espíritu agitado o sosegado, no decirle a nadie lo que nos sucede, no pedirle la gracia de entender lo que nos pasa, no tratar de tener paciencia…, lo que Él quiera.
En resumen, abandonarse. Y abandonarse, porque sabemos que Él solo quiere lo mejor para nosotros y porque sabemos que así nos usa para lo que necesita, nos inserta en su plan de salvación.
Se trata de complacerlo, por amor; de darle todo lo que quiera, sin reservarnos nada, de consolarlo en el dolor que le producen los pecados de los hombres…, en una palabra: ¡de amarlo!
El Señor se complace con nuestros sufrimientos aceptados y llevados por amor a Él.
No es una lucha, como muchos dicen, lo que debemos sostener: lo que debemos hacer es abandonarnos confiados a la Voluntad de Dios–Amor, que permite todo porque nos ama demasiado y porque nos quiere necesitar como víctimas de su amor, valiéndose de nosotros, de nuestros sufrimientos —unidos a los que Él padeció—, y así lograr su maravilloso plan de salvar a todas las almas, esas que le costaron tanto sufrimiento… Además, en ese proceso, el Señor nos hará santos, es decir, felices.
¿Vamos a negarle algo a quien tanto nos ama, a quien fue capaz de derramar toda su bendita Sangre para hacernos felices? Recordemos que tras esta vida dedicada a Él, vendrá el premio, el maravilloso premio de estar a su lado, gozando de sus delicias, de las delicias del Amor eterno, sin dolores, llenos de paz, llenos de alegría; para siempre, para siempre, para siempre… ¡junto al Amor de los amores!
Y, mientras tanto, aquí en la tierra, viviremos esa consecuencia de la simplicidad: el ser indiferentes a todo lo que no sea amor.
QUE EL SEÑOR NOS AYUDE A AMARLE COMO ÉL SE MERECE.
DIOS NOS BENDIGA EN CADA INSTANTE.
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